-Si!- Saca el encendedor del bolsillo y se le cae, lo levanta del suelo observando discretamente sus piernas, lo enciende. Ella lo mira a los ojos, tomando el encendedor de su mano.
-Lo enciendo yo, gracias!- Se va caminado despacio mientras a su espalda, él la sigue.
Cruzan los molinos del tren, se pierden.
Al día siguiente en la misma estación, sube el hombre del encendedor rojo. Cuando la ve sonríe y se acerca para provocar su reacción. Ella mira hacia otro lado.
-Creo que me viste...
-¿Perdón?- la sorprende su voz, que le acercara tanto la boca al cuello, atraída por esos brazos que se colgaban de las arandelas del vagón.
-Ayer me pediste fuego.
-Ah si!.Pasan tres estaciones mirando la ventana. -Ayer no me devolviste el encendedor, pero esta bien, no te lo estoy reclamando eh?
-Disculpa la actitud, soy cleptómana de encendedores.
-Espero que de eso solamente...
-Igual no voy a pedirte nada más, acá tengo tu encendedor si queres te lo doy- Lo busca en la cartera, no lo encuentra. Saca un encendedor verde.
-Me gusta que lo tengas... igual el mio era rojo-El se ríe, ella sonríe, se miran como si supieran que viene después. Y se pierden entre la gente.
Se descubren entre los espejos y se encienden, una semana después, fuego en los ojos a las 8.45 de la mañana.
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